El Viejo Árbol de Ficus.
Autor: Ernesto Castillo Tafur
Era
el árbol de ficus más grandioso que había visto, su inmensa altura con sus dos grandes ramas
que nacían muy cerca del piso le daban una fortaleza
incomparable, su copa en forma de hongo
crecía majestuoso en aquel parque centenario; orgulloso él de su exuberante
follaje y de albergar una gran variedad de aves que con sus intenso trinos alegraban
todos los atardeceres se enorgullecía de ser el mejor del
parque; Cuantas generaciones habrían admirado su belleza, cuantos
corazones flechados habrían tatuado en su corteza recuerdos de amor; él soportaba con hidalguía, sin
importarle si habría sangrado
cuando la navaja se introducía en su corteza;
le hacía feliz de perennizar en
su corteza los recuerdos más apasionados.
Infinidad de remodelaciones se habían sucedido en su parque; innumerables veces se removieron veredas,
jardines, arbustos, cercos, bancas y piletas; pero nunca lo alcanzaban a él;
muchos postes de luz alumbraban las noches de penumbra; y había
visto muchos arbustos sucumbir cuando los podaban, él
crecía al libre albedrio, dueño
del espacio, del cielo y lo respetaban,
se sentía el dueño del parque.
En
las épocas de tormentas se encontraba impasible, viendo a la gente correr y él,
brindaba protección de la lluvia
al que se asomaba; se sentía feliz de
proteger a la gente, quería abrazarla y
decirles que él estaba allí, que era su misión la de servir al prójimo además de adornar el
parque con su belleza, infringiendo
respeto; todo lo hacía feliz cuantas fotografías se habrían tomado con él,
haciendo marco, mudo testigo de grandes amistades que querían perpetrarse en el
recuerdo, así como cuantos juramentos de amor y fidelidad habría sido testigo desde
esa posición tan envidiable, que
solo un árbol de esa magnitud sabia ofrecer.
Sin
embargo, algo lo molestaba grandemente,
lo atormentaban unos alambres que fuertemente sujetaban afiches y
banderolas a su tronco, para
luego presenciar el bullicio de alto parlantes que promocionaban a ciertos
candidatos, no entendía lo que hacia la gente, despotricándose unos a otros y el era mudo
testigo, de innumerables mítines que
llenaban la plaza y de promesas a todos
los asistentes y ellos aplaudían sin
cesar; alegres y contentos de presenciar los ofrecimientos que iban a cambiar
sus vidas, y a la ciudad. Les ofrecían alimentos, trabajo para todos, principal oferta que se escuchaba y que el
pan iba a costar 10 céntimos, la gasolina barata , el balón de gas a 10 soles
todo eso lo turbaba; luego quedaba en
silencio volvía la calma, otro día mas se avecinaba
en que la plaza se ponía de fiesta, eran los domingos
y feriados, muchos
jóvenes en grupos charlaban en su
alrededor, otros en el grass
dormitaban, alegres niños corrían.
En una banca muy quieto, un señor de muy avanzada edad, con la mirada fija
en el horizonte un poco perdido o queriendo entrar en sus
recuerdos que le eran esquivos y con un ligero temblor de manos, sujetaba un
bastón con empuñadura de plata para estabilizar
su humanidad, permanecía incólume, por muchas horas; eran espectáculos
que se sucedían siempre.
Pero
un día aciago, llegaron al parque unos
trabajadores dispuestos a perpetrar el
acto más horrendo contra la naturaleza. Él
que desde su juventud había,
purificado el aire de la población, haber sido la decoración del
parque, hoy era amenazado por
esas personas; que comenzaron su
ingrata tarea de talarlo - no puede ser- murmuraba, clamaba al cielo por lo que
estaba sucediendo; Años he pertenecido a este parque, era mío,
pero el destino estaba allí presente consumando el peor atentado que el
hombre puede hacer a la naturaleza. EL VIEJO ARBOL DE FICUS ERA TALADO
SIN REMEDIO.
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